jueves, 17 de abril de 2008
Los granos
“To see a world in a grain of sand”
W. Blake
"Cada um de nós é um grão de pó que o vento da vida levanta, e depois deixa cair. Temos que arrimar-nos a um esteio, que pôr a mão pequena em uma outra mão; porque a hora é sempre incerta, o céu sempre longe, e a vida sempre alheia. O mais alto de nós não é mais que um conhecedor mais próximo do oco e do incerto de tudo."
F. Pessoa
Juro que soy un grano. No me pregunten cómo he devenido uno o muchos, quién sabe, sólo en la edad media se preguntaban esas cosas. Desde que he adquirido esta forma no sé bien de qué, desconozco mi pasado, lo veo difusamente como algo fácil y, debo decirlo, me preocupo sólo por esta nueva cualidad de ser en la que participo, y que pareciera estar a mitad de camino entra la existencia y la no existencia.
¿Mi peso? En verdad tampoco lo sé. Hace tiempo que Zenón ha intentado relativizarme preguntando si al caer hago ruido. Claro, ante la respuesta afirmativa de los muchos, él ha redoblado su apuesta preguntando si la mitad de mí también haría ruido y así sucesivamente. Desde entonces ya no fueron muchos los que me siguieron escuchando.
Sobre mi edad supongo que seré inmortal o que la edad sea algo ajeno a mí. Es imposible que pueda tener alguna idea aproximada del tiempo ya que he sido yo el que ha estado ocupado contando sumisamente el tiempo de los otros en sofisticados relojes de arena; es por eso que no he podido dedicarme a mí.
Nadie sabe decirme lo que soy. Es fácil utilizar el genitivo y referirme a otra cosa; hacerme depender de otras sustancias para adquirir así alguna pertenencia o identidad, pero hasta tanto sigo desconociendo qué es lo que soy.
Según cuenta la tradición soy un vástago de la gran diosa Deméter, tengo los ojos tostados como granos de café, mi temperamento es sosegado pero no carece de un grano de pimienta, no soy compacto y cuando me abrazan me desmorono.
En el momento en que me transformo en un grano de mostaza me reduzco considerablemente de tamaño y me humillo seguro de que en la insignificancia de mi ser germinará el árbol más grande donde reposarán alegres las aves triunfantes con sus cantos de alondra y de esperanza.
A veces me pregunto si quiero saber mi destino de antemano y vacilo. Es imposible saberlo de todas formas. Si mi destino ha de ser árbol, tallo o bulbo, no lo sabré hasta tanto me desarrolle en el medio y adquiera una tal naturaleza. Pero si espero ser alguno en particular desperdiciaré el tiempo y no habré de caer a tierra, no perderé mi forma y no moriré en algún sentido. No daré fruto y permaneceré solo.
Con respecto a esta especie de autobiografía que estoy llevando a cabo, a esta situación actual en la que me estoy moviendo, si me permiten la expresión, como en un clinamen de granos, debo decir que hay algo que me desagrada sobremanera. Son los humanos, que me persiguen cuando visito sus cuerpos. Ni bien me asomo a su presencia ya están intentando destruirme. Y eso que la anatomía de sus cuerpos reserva determinados motivos que exigen mi aparición.
Yo no aparezco en vano o por mero afán de molestar sino que respondo a una legítima y sencilla solicitación. Ellos aducen que determinada comida o alimento es la causa de mi presencia, cuando no a determinado desarrollo o cambio hormonal de sus cuerpos, ¿quién lo sabe?, pero la cuestión es que no cesan de declararme la guerra bautizándome con ese extraño nombre de acné.
La cara, el cuello, los hombros, la parte superior de la espalda y el pecho, cuando hay gran cantidad de sebo en la piel, ese aceite obstruye sus poros y me produce. Pero tontos los humanos si pretenden erradicarme llamándome primero y combatiéndome después en su propio organismo. Así no cesaré de triunfar y de múltiples maneras.
Y ellos lo saben porque terminan aceptando que un grano de verdad debe haber. Es claro que la verdad nunca puede ser dicha del todo, y quizás una de las formas –entre tantas otras– en que pueda intentarse el sublime ejercicio de no rehuirle, pueda ser a través de los granos, a través de nosotros.
Molestamos a los humanos tanto como la verdad los molesta. De allí que muchas veces, no siempre, resulte más elocuente y diga más de una persona un simple granito en su cara que un orgulloso y trabajado razonamiento. Pero esto hay que entenderlo cum grano salis, es decir, sin atribuirle una certeza absoluta. Aunque algún valor nada desdeñable deba tener, ya que los humanos al final cansados y rendidos de tantas vueltas y rodeos, me mencionen en cuanto pretenden ir al grano.
Pero vayamos al grano nosotros también.
Un cuerpo cada día puede amanecer con un nuevo grano. Florecemos orgullosos y desafiantes cada mañana, sin preguntar nada ni pensar en ningún tipo de permiso. En toda su superficie, los granos también amanecemos en las calles de la ciudad. Somos granos de cuatro, siete, nueve pisos. Protuberancias que nos elevamos del ras y queremos tomar velozmente altura. Desde el cielo las nubes son testigos de nuestro progresivo desarrollo, síntoma del pujante crecimiento.
Es que nosotros no queremos molestar a nadie, nos levantan primero en cosechadoras y salimos luego en el cuerpo o en la cara de las ciudades. No tenemos nada que ver, los granos, con los atrabiliarios negocios inmobiliarios. O sí, tenemos que ver, pero como en el caso de los humanos, sólo respondemos a sus llamados. Lamentamos haberles quitado el sol a muchas personas, ni qué decir de haber obligado a mudarlos de hogar, de barrio y de vecinos, a tantísimos otros. Pero son ellos quienes desean que ese sea mi destino, ustedes saben, son tan difíciles las condiciones de vida en el campo.
Mahda-kai?...
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